miércoles, julio 25, 2007

AMIGO



Era una tarde de verano, una de las muchísimas tardes que transcurrían en todos los veranos en que, naturalmente, me encontraba de vacaciones escolares, pues en mi querido Chile las vacaciones escolares, que separan un año escolar del siguiente, siempre son en verano. Entonces yo tenía unos doce o trece años de edad.

Las tardes de los veranos, (me refiero a aquellas tardes de verano que pertenecen a los días en que pese a ser verano no estábamos de “veraneo”, es decir, a los días en que uno con su familia no estaba de viaje fuera de la ciudad, “veraneando” o “de vacaciones”, para aprovechar las vacaciones escolares y los feriados legales laborales, que suelen coincidir en el tiempo, ya que se trata de la época en que resulta más grato “estar de vacaciones” y por lo tanto los padres piden estos feriados en sus trabajos en esa época), yo solía aprovechar la hora de la siesta para visitar la “Plaza Chica”, que quedaba a unas cuantas cuadras de mi casa.

En la Plaza Chica había una gran cantidad de árboles que daban abundante sombra, lo que hacía más agradable estar en ella, sobre todo en la hora de mayor calor, que se producía cerca de las 16 horas de cada día.

Pero la misma plaza tenía dos sectores de pasto, que aunque tenían algunas incrustaciones de matorrales de pequeño tamaño, dejaban sin embargo grandes espacios verdes, que por la certera distribución de los árboles, quedaban siempre al sol. Entonces, las áreas de pasto eran muy soleadas y las áreas donde se ubicaban los sillones o escaños de descanso, dispuestos de a cuatro por lado en un óvalo hacia el centro de la plazoleta, eran sombrías.

Era sumamente grato estar en esa Plaza en las tardes de verano, y también dormir una pequeña siesta recostado en el pasto, para lo que antes debía encontrar alguna sombrita que por casualidad estuviese cayendo en algún lugar sobre él.

Pero más grato que simplemente estar o dormir la siesta en la plaza chica, era observar a la Teresita, su prima Olga y una amiga, que también a esas horas de las tardes de verano tenían la costumbre de salir desde casa a “andar en bicicleta”. La casa de Teresita estaba ubicada al lado opuesto de la calle, frente a una de las esquinas de la Plaza (La esquina sur-poniente).

Entonces ese día yo estaba sentado en uno de los escaños, cuando entró a la plaza, en bicicleta, un muchacho de edad parecida a la mía aunque un poco mayor, que se detuvo, afirmó su bicicleta en el respaldo del asiento de madera, y después se sentó, en el escaño siguiente al que me sostenía.

No lo conocía, así es que no me distraje demasiado con su presencia, y continué observando a las niñas que en ese momento salían de la casa de Teresita.

Ellas terminaron de salir y, en lugar de alejarse por la calle hacia el sur como lo hacían habitualmente, vinieron pedaleando lentamente hasta el centro de la plazoleta (la Plaza Chica).

Se detuvieron en otro de los ocho escaños existentes, distribuidos en el perímetro del óvalo central de la Plaza, pero en uno de los cuatro que quedaban al frente de la posición que yo y el desconocido ocupábamos.

Conversaron trivialidades o asuntos que no me incumbían, a lo que no presté ninguna atención, y luego de algún rato subieron a sus bicicletas y se fueron pedaleando lentamente hacia el sur.

El muchacho recién llegado me habló.
Dijo: te gusta la rubia, ¿verdad?, y antes que yo alcanzara a contestar nada, dijo ¿por qué no las sigues en bicicleta y te haces amigo de ellas?

¡Pero si no tengo bicicleta!, protesté.

¡Usa la mía! me dijo, y me acercó el manubrio de su bicicleta.

La tomé, me subí a ella y me fui pedaleando tras las niñas.
Volví una media hora más tarde y él estaba ahí, sentado en el escaño, esperándome. Le devolví la bicicleta y le dije Gracias.

Ese muchacho ahora tiene algo menos de setenta años, y está casado con la prima de la esposa de uno de mis hermanos. Conoció a su esposa precisamente en la casa de ese hermano mío, cuando él estaba con su matrimonio reciente y su señora invitó por algunos días a vivir con ellos a su prima, la Silvita, desde fuera de Santiago.

Pero por sobre todo, y sin lugar a dudas, es el mejor amigo que tuve en mi vida.

Conoció y tuvo una estrecha relación de afecto con mi mamá y toda mi familia. Fue especialmente amigo de mis hermanos y yo conocí mucho a su madre, la señora Adriana, de igual nombre que la mía, y también a su padre, don Albino, a su hermano y sus dos hermanas.
Parrandeamos innumerables veces hasta que las velas ya no ardían.
Seguimos la fiesta muchas veces hasta la tarde del día siguiente.
Tuvimos cantidades de aventuras de todo tipo.
Casi todos los días de muchos años nos reímos a carcajadas con las ocurrencias del otro.
No pocas veces estudiamos, nos esforzamos y trabajamos juntos para ayudarnos en lo que fuera que el otro necesitara.
Pero principalmente conversamos. Sin tapujos. Nos contamos siempre todas las dudas y dificultades que tuvimos, y nunca, nunca, nos dijimos una mentira.

Jamás un engaño y ninguna falsedad a lo largo de toda una vida pueden certificar la calidad, así con mayúsculas, de este gran AMIGO mío.

2 Comments:

At 11:17 a. m., Blogger Alfonsina said...

Hace tiempo que había leído esta historia (las anteriores también), pero no te había comentado lo linda que la encontré. :)

Te quiero Mucho Pi,

Ti

 
At 11:38 p. m., Anonymous sylvia said...

AMIGO NANO
AMIGO DE MI MARIDO
ME HA PARECIDO HERMOSO LO QUE HAS ESCRITO, SE QUE VUESTRA AMISTAD HA SIDO DE ESAS QUE SE FORJAN Y SE BASAN EN LA SINCERIDAD, EN EL AMOR DE VERDAD, SE QUE HAS SIDO LO MEJOR PARA ÉL, COMO ÉL LO HA SIDO PARA TÍ....QUE DICHA SENTIR EL HONOR DE TENER UN AMIGO COMO TÚ....SON POCOS LOS QUE LO PUEDEN DECIR.....SIGUE SIEMPRE ASÍ......SIEMPRE CONTENTO.....CON AMOR,,LA SYLVITA DEL CUENTO.

 

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