viernes, junio 23, 2006

Asalto en la Farmacia.

Hola. Hace tiempo que no me hacía ningún instante libre para escribir en este medio, pese a que hubo situaciones, especialmente una de ellas, que hubiesen sido interesantes de describir, para mantener un registro objetivo histórico de lo ocurrido.

Pero "la peor diligencia es la que no se hace", según un dicho popular, y por lo tanto, aunque no lo hice en su oportunidad, puedo intentar corregir aquello ahora, escribiendo lo que recuerdo de dicha situación. Así es que "manos a la obra".

Aquí va:

Un tarde de un día cualquiera del mes pasado, no sé exactamente si martes o miércoles, ya terminadas mis labores en la oficina, me dirigía hacia mi casa tipo 17:50 horas, en mi medio habitual de transporte, la bicicleta. (En otra oportunidad me referiré a este tema)

En el trayecto recordé que mi esposa, a quien quiero mucho pese a no vivir con ella, (también me referiré a esto en otra oportunidad), necesitaba cierta cantidad de dinero, que ella pasaría a buscar a mi oficina al día siguiente. Pensé entonces que debido a que no disponía de dinero efectivo en la cantidad necesaria, debía acudir ahora a algún cajero automático, para sacar de mi cuenta corriente el monto necesario.

Me pregunté entonces a qué lugar acudir, pues sabía de un cajero automático instalado en un supermercado que está en un extremo de la Plaza a la que ya estaba arribando, y de otro cajero que se ubica dentro de una farmacia, también en dicha plaza, pero al otro extremo de ella.

Al pensar a cuál de ellos me convenía dirigirme, recordé que el día anterior mi hija me había pedido un analgésico para un compañero de universidad con quien estaba en casa realizando un trabajo, y que tenía dolor de cabeza. Pero al buscar en el botiquín había descubierto que ya no quedaba en él ningún analgésico. Con ese pensamiento me pareció que ahora era conveniente dirigirme al cajero automático de la farmacia, y así sacar plata del cajero y aprovechar también de comprar analgésicos para reponer en el botiquín.

Llegando a la farmacia estacioné la bicicleta y me dirigí hacia el cajero automático, que se encuentra en un rincón del local. El cajero está allí dispuesto de tal forma que quien está operando con él queda mirando hacia el muro, dando la espalda a todo el resto de las dependencias, tanto al hall central donde se ubican los clientes, como a los mesones de atención de público y la puerta de entrada al recinto.

Saqué del cajero la cantidad de dinero requerida, guardé la plata en la billetera que previamente había sacado del banano que utilizo permanentemente, pues en ella está la tarjeta magnética que me da acceso a operar con el cajero automático, y, curiosamente, en lugar de volverla a guardar en el banano, la deposité en el bolsillo trasero de mi pantalón. (Cosa extraña, pues soy muy riguroso para mantener siempre un lugar específico donde guardar cada una de mis cosas, y la billetera tiene su espacio asignado en el bolsillo principal del banano).

Entretanto, me parecía escuchar a mi espalda algún tipo de movimientos de personas o ruidos de voces extraños, que no entendía.

Al terminar de guardar la billetera en el bolsillo del pantalón, giré para dirigirme al mesón de atención de público de la farmacia. Pero al hacerlo observé lo que explicaba los ruidos extraños que me había parecido escuchar: había dos personas sin aspecto de clientes, sino de pelusones, interactuando con el público que había en ese momento en la farmacia. Uno de ellos le tironeaba la cartera a una señora,
y el otro decía algo que me hizo pensar en asalto.

Al observarlos me perecieron de tamaño pequeño, y como pese a mi edad yo he sido deportista durante toda mi vida y aún sigo practicando deportes, (también me referiré a ello en alguna otra ocasión), tengo un físico de buena envergadura y mantengo alguna agilidad, pensé que sin dificultades podría enfrentarlos a ambos con buenos resultados. Pero antes de hacer nada tuve la precaución de observar más detenidamente todo el escenario, y me pude percatar de que al otro lado del mostrador, en el lugar que habitualmente ocupan los dependientes de la farmacia, habia un tercer personaje, que no sólo era de mayor tamaño que los anteriores, sino que además portaba en su mano derecha un gran revólver de color negro y aspecto impresionante.

Me dije entonces que no debía hacer ningún intento temerario, sino que debía entregar dinero, lo que me salvaría de recibir un posible balazo e incluso me ayudaría quizás a conservar la existencia.

En ese momento el de la pistola le dijo a uno de los chicos ubicado en el hall: "El viejo tiene plata", (pues me había visto en el cajero automático).

El chico se dirigió hacia donde yo estaba y me dijo: sácate el banano. Entonces pensé que la billetera me la había puesto en el bolsillo trasero del pantalón, y que en el banano no tenía ningún dinero, por lo que me imaginé que si les daba el banano sin plata se enojarían y me podían disparar. Entonces dije, "no, si la plata la tengo aquí" al mismo tiempo que sacaba la billetera del bolsillo trasero, mostrándosela.

Naturalmente ya me estaba predisponiendo a perder cierta cantidad de plata, por lo que me imaginé sacando algunos billetes desde la billetera y entregándoselos al asaltante. No obstante, el tipo dió un manotazo y me quitó la billetera entera de la mano, lo que me produjo rabia, al extremo que estuve a punto de agarrarlo por el pelo y pegarle un puñetazo, pero me contuvo la imagen de la pistola que tenía en la mano el tipo que ahora estaba tras mío, por lo que sólo le grité que sacara la plata y me devolviera los documentos que estaban en su interior.

El tipo naturalmente no me hizo caso y salió de la farmacia, lo que también hicieron los otros dos. Ante el recuerdo de la pistola sólo atiné a fijarme hacia dónde escapaban, sin intentar perseguirlos.

Esa es la historia, después haré los comentarios del caso.