miércoles, noviembre 29, 2006

ENVEJECIENDO (Otro tema)

Estoy a la espera de lo que pase esta tarde: no tengo mucha actividad en mi oficina y debo esperar a que sea la hora apropiada para retirarse, ya que no deseo dejar registro de haberme retirado a una hora irregular.

Pero eso no es lo que importa. La verdad es que estando en este estado de espera es probable que nos dejemos llevar por pensamientos, que nos analicemos, que deseemos comprender más a fondo lo que nos sucede. Y claro, rápidamente descubrimos algo que no nos parecía posible en el recuerdo. Nunca creímos que estaríamos así de solos. Que llegaríamos a pensar, al salir de la oficina a una hora temprana y sin tener obligaciones que cumplir en este momento, caramba, ¿y qué hago ahora?

Es que mis amigos actuales son muy pocos, solamente compañeros de oficina o de deportes. (Mis amigos de verdad, esos que uno partía a visitar cualquier día que dispusiera de tiempo, con el solo objeto de estar juntos, conversar de cualquier cosa y reírse mucho de las ocurrencias del otro, bromear de lo que fuera, y pasar mucho tiempo muy entretenido, sin hacer nada que de verdad mereciera siquiera ser mencionado, ya no están disponibles).

Y no es que yo esté demasiado viejo, pues solamente voy a cumplir sesenta y dos años en algunos pocos meses más. Todavía tengo energía suficiente para jugar al tenis todos los fines de semana, al menos un partido a tres set el día sábado y otro el domingo. Ando en bicicleta unos diez a doce kilómetros al día, puesto que ése es mi medio habitual de transporte para la oficina, con cuatro viajes diarios. (Uno en la mañana, dos a la hora de almuerzo y uno en la tarde). Pero en mi casa no hay nadie a la hora de almuerzo, porque la hija que vive conmigo tiene sus ocupaciones durante el día, y no viene a la casa a almorzar.

Después completaré este artículo, porque ahora me tengo que ocupar de otro asunto. CHAUU, HASTA MÁS TARDE.

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Qué curioso: desde que escribí lo anterior ha pasado ya una gran cantidad de días (más de ciento cincuenta), pues ya han transcurrido aproximadamente cinco meses y medio desde esa fecha. Sin embargo, la verdad es que ese sentimiento (el que comentaba en el artículo que comencé hace esos cinco meses y medio), se me ha hecho bastante consuetudinario.

Debo creer que esto de ponerse viejo también significa acostumbrarse a las cosas que nos ocurren. En particular a este tipo de cosas, que la verdad es que no son acontecimientos, sino formas de ocurrir o transcurrir las cosas de la vida: son formas de presentación de los hechos, que difieren de las formas a que estábamos acostumbrados.

Bueno, siguiendo con mis relatos, me parece interesante contar que ayer fui a la farmacia, lo que siempre me produce cierto recelo después del capítulo que conté antes en este Blog. (Asalto en la Farmacia).

Fui porque uno de los remedios que debo consumir diariamente para mantener mi corazón funcionando en buena forma, se me terminó el sábado pasado. No lo compré inmediatamente puesto que la farmacia que queda más cerca de mi Departamento tiene días especiales de venta, con rebaja, todos los días lunes y jueves. De modo que quise esperar el lunes y aprovechar el 30% de descuento que se ofrece con mucha publicidad para esos días de la semana.

Llegué, retiré mi número de atención, esperé mi turno y consulté el precio del remedio: ¡ sorpresa ! era significativamente más caro que la última vez que lo compré, en una farmacia cualquiera y sin ningún tipo de rebajas. Protesté, preguntando cuánto sería entonces el valor con la rebaja del 30% ofrecida, y se me respondió que el precio que me señalaron ya incluía ese descuento.

Con rabia pensé que ya había dejado el domingo sin tomar el dichoso remedio, y que no debía también dejar pasar el lunes, por lo que debía comprarlo de todas maneras. Así se lo señalé a la dependienta, que fue en su busca, lo trajo, lo envolvió e hizo la boleta de venta, mientras yo despotricaba interiormente.

Pagúe con el billete más grande que tenía, pensando con palabrotas en lo abusadoras que suelen ser las empresas que venden productos para atender necesidades importantes de los seres humanos. Recibí el vuelto, rezongué otro poco, guardé el cambio en mi billetera y la billetera en el banano. Enseguida salí del local, tomé mi bicicleta y pedaleé las aproximadamente cuatro cuadras que me separaban del edificio en que está el departamento en que vivo. Una vez llegado a él, pedí que me abrieran el portón de entrada a los estacionamientos, bajé al segundo subterráneo y detuve la bicicleta en el estacionamientro de vehículos que me corresponde. Pensé nuevamente con rabia en la farmacia, recordé el remedio y lo busqué en los bolsillos del pantalón, en los de la camisa, dentro del babano, y nada. NO LO TENÍA.

Entonces debo haberlo dejado en la farmacia, pensé. QUÉ PELOTUDO: ir a la farmacia, pagar un medicamento y NO TRAERLO en definitiva, hay que ser muuuuyyy... Subí a la bicicleta y pedaleé de subida desde el segundo subterráneo (con pendientes fuertes, pensadas para vehículos a tracción mecánica y no humana) hasta salir a la calle, y enseguida las cuatro cuadras. Llegué, estacioné la bici (la amarré), entré al local, busqué a la misma niña que me atendió hace un rato, la ví y le dije que le había pagado el remedio, lo nombré, y le indiqué no lo había llevado. Ella me miró y dijo que sí me lo había entregado.

Era su palabra contra la mía. Yo estaba solo y ella tenía sin duda el apoyo de unos seis u ocho dependientes más que estaban atendiendo ese día, además de los quardias de seguridad que se paseaban por el local. Pensé que no tenía salvación, que sencillamente me quedaría sin el famoso remedio.

Entonces protesté fuerte: ¡¡ no puede ser que uno venga a buscar un medicamento, que lo pague y que no se lo entreguen!!, o sea ¡¡que le quiten a uno su plata y no le den sus remedios!!

La niña me dijo: un momento señor, veré qué puedo hacer. Y se retiró hacia las dependencias interiores. Esperé diez minutos. Esperé quince, y estaba por iniciar un griterío cuando la niña apareció: venía con otra persona, que entendí que era su jefe. Esa persona me dijo que pasara a las dependencias de atrás, aunque eso no era habitualmente permitido, porque necesitaba mostrarme algo.

Fui. Me instaló frente a un computador donde había un video de la farmacia y lo hizo correr. Aparecí yo en el video y ella me dijo que viera lo ocurrido con el remedio. Después de verlo con toda la calma del mundo, me quedó claro que sí me lo entregaron (la verdad es que según el video no me lo pasaron físcamente, pero lo dejaron encima del mostrador. Después de todas las protestas que hice, después de guardar el vueto en la billetera y el banano, yo tomé el paquete y me fui).

Ya gasté más plata de la que tenía prevista, pero aún no tengo el remedio que necesito, pensé: entonces debo comprarlo de nuevo.

Lo volví a comprar, ¡¡PAGUÉ DE NUEVO EL PRECIO CARO!!

Volví a mi bicicleta y pedaleé nuevamente hasta mi departamento, bajé al subte, tomé el ascensor y subí a mi Depto.

Mi hija estaba ocupada con su tesis de título universitario, y no me pareció de ánimo como para distraerla con mis asuntos, de modo que me recosté en mi cama y pensé: ¡qué solo me estoy quedando! Ni siquiera tengo a quién contarle las estupideces ni las huevadas que hago o que simplemente me pasan.